Aunque Juan van der Hamen llevó al bodegón español a un alto grado de sofisticación tanto en lo que se refiere a sus soluciones compositivas como al repertorio de objetos representados, desde los inicios hasta el final de su corta carrera realizó también obras de extraordinaria sencillez en las que demostraba su capacidad para la reproducción minuciosa y verídica de formas y texturas. De hecho, cuando murió estaba trabajando en una serie de doce pequeños cuadros de frutas que probablemente no serían muy distintos de éste, del que se ha señalado que coincide con una de las obras que se citan en 1655 en la colección de Andrés de Villarroel, platero del rey. El pintor madrileño no fue el único bodegonista español que alternó cuadros complejos con obras de gran sencillez, como demuestra el Plato de melocotones y peras de Juan de Arellano (Museo Nacional del Prado, P7610).