La historia moderna de esta pieza comienza con su cita en la colección de Rubens, en 1626. Adornada con el fabuloso nombre de "urna de las cenizas de Calígula", fue adquirida por Cristina de Suecia, y su fama creció aún más tras su publicación por Bartoli y Bellori entre las principales obras antiguas conservadas en Roma. Sin embargo, una vez descartado su uso fúnebre por meras razones de tamaño, ha seguido manteniéndose durante mucho tiempo la duda sobre su denominación: para muchos sería un puteal o brocal de pozo; para otros -y es la opinión más atendible- la ausencia de taladro en el fondo sugiere un altar que hubiese perdido la tapa o sirviese como depósito de ofrendas. De cualquier modo, el carácter suntuoso de la pieza invita a imaginarla como simple adorno en una villa romana, y por tanto deja en segundo plano otro objetivo o utilidad que la simple decoración. El friso representa una fiesta báquica o, más bien, el "prototipo mítico" de un sacrificio dionisíaco: son los Sátiros, no los hombres, quienes cuecen el lechón sacrificado, y todo el cortejo -en el que sólo faltan las Ménades- se agita en torno a la figura del dios, que recibe a su preceptor Sileno. Éste, completamente ebrio, avanza sostenido por dos Sátiros y seguido por un Pan con patas de cabra. Las figuras se yuxtaponen sin alcanzar un ritmo unitario: tomadas de modelos independientes, sólo dos elementos les sirven de nexo: un estilo muy peculiar, con rasgos arcaizantes en gestos y proporciones, y una ambientación muy propia de su época: la del "paisaje idílico-sacro", con sus árboles, columnas votivas, hermas y colgaduras. De algún modo, este clima sugestivo nos recuerda que, por los años en que se realizó la presente obra, Marco Antonio se hacía adorar y festejar como Dioniso, marcando así sus diferencias con el "apolíneo" Augusto.
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