Los racimos de uvas colgando y la disposición de los frutos sobre superficies de piedra dispuestas a diferente altura recuerdan lo que hicieron importantes bodegonistas en Madrid en los años 20 y 30. Pero a partir de esos préstamos, Espinosa ha sabido crear una obra muy original, y no sólo debido a su formato ochavado, sino también a las relaciones que mantienen entre sí los objetos. Unos cuantos racimos de uvas, varias peras y manzanas, una granada, algunos frutos secos, un ave y un recipiente de barro constituyen el humilde material del que se sirve Espinosa para construir una de las composiciones más monumentales de la pintura española de su tiempo, y demuestran que el bodegón es un género que no requiere únicamente habilidad imitativa por parte de los pintores, sino que exige de ellos una extraordinaria capacidad para componer, y para pensar en términos de volúmenes y espacios.