La figura del santo, con el hábito propio de los jesuitas, está representada en un paisaje. Lleva un rosario en la mano, mientras contempla un crucifijo, que según la tradición fue un regalo de San Ignacio de Loyola, posteriormente perdido en una tempestad en el mar y recuperado milagrosamente.
A su alrededor el artista pinta una guirnalda de flores, siguiendo un género pictórico puesto de moda a principios del siglo XVII por la escuela flamenca, en especial a partir de la obra de Jan Brueghel de Velours. Estas composiciones, muy estimadas por los coleccionistas y aficionados españoles, aunaban imagen devocional y creación estética. En España conocieron un amplio desarrollo, siendo la obra de Bartolomé Pérez uno de sus mejores ejemplos.
Pareja de una Santa Teresa (P1057), la pintura procede del Convento de San Diego de Alcalá de Henares (Madrid), de donde ingresó en el Museo de la Trinidad en 1836, pasando posteriormente al Museo del Prado.
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