Ambientado en una herrería con personajes ataviados de forma contemporánea -sólo Cupido delata su carácter mitológico-, el tema era una excusa para, en torno a la fragua, mostrar como la luz altera las texturas y calidades de las superficies sobre las que se proyecta, ya sean anatomías u objetos de cobre, acero, cristal o barro; alarde de virtuosismo muy apreciado por el público.
Se trata de una de las obras tardías más impresionantes de Jacopo Bassano, fruto de un profundo estudio del último Tiziano, donde el anciano artista se revela como el verdadero heredero de la pintura de manchas del Cadorino.
Es citado por primera vez en 1666 en el “Salón de los Espejos” del Alcázar de Madrid, emparejado con La disputa con los doctores en el Templo de Paolo Veronés (P491).