Pintado en Bérgamo, ejemplifica las innatas cualidades de Moroni para el retrato, basadas en una extraordinaria capacidad para la plasmación objetiva del natural en la que confluyen la tradición lombardo-veneciana y el conocimiento del arte nórdico. Moroni se muestra más preocupado por mostrar la apariencia física o la posición social del modelo que por ahondar en su psicología. No se conoce la identidad del retratado.
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