Tras llegar a Iria, en Galicia, por barca -escena representada al fondo-, el cuerpo de Santiago es trasladado en un carro arrastrado por dos toros, al que siguen sus discípulos Atanasio y Teodoro ataviados como peregrinos. La reina Lupa presencia el traslado y se muestra asombrada al comprobar que se han amansado los toros salvajes que envío. Probablemente procede de la Iglesia de Santiago de Zaragoza.