A partir de los años sesenta del siglo XVII Murillo, que ya había definido su estilo, se convierte en la principal figura de la pintura andaluza y en el artista que acapara las preferencias y los encargos de la clientela. Este lienzo combina un contenido amable que explota la vena más sensible del fiel con una depurada técnica pictórica en la que se mezclan rasgos compositivos de raíz italiana con un sentido del color muy poderoso que revela influencias de maestros flamencos como Rubens o Van Dyck.Perteneció a la colección de la reina Isabel de Farnesio. Procedencia de la Colección Real.
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