Sin duda no es esta obra, reconstruida en el siglo XVII, una pieza magistral. Pero su interés sociológico es notable, pues representa el gusto de una clase y un periodo concreto: la floreciente burguesía que despuntaba en las ciudades del Imperio Romano desde el siglo I d.C. y que, a lo largo del siguiente, logró financiar la producción artística más abundante del mundo antiguo. El personaje representado, un hombre aún joven de la época de Adriano, fue esculpido en actitud heroica tras su muerte, quizá para adorno de su mausoleo, y por ello se le hizo revestir la iconografía convencional de Hércules. La anatomía recuerda múltiples modelos clásicos, en un estilo ecléctico excesivamente blando, pero lo que cuenta es el simbolismo de la imagen: Hércules, redentor de la humanidad para muchos filósofos de la época, aparece con las manzanas del Jardín de las Hespérides, como promesa de un más allá para el difunto.