Este lienzo, que tenía unas medidas de 435 x 638 cm, perteneció al Museo del Prado, donde figuraba expuesto, conservándose testimonios fotográficos que permiten conocer su composición. Tanto esta última circunstancia como la existencia de un grabado de Bartolomeo Pinelli (1781-1835), del que se conservan sendos ejemplares en la Biblioteca Nacional y en el Museo Municipal de Madrid, que reproduce el cuadro, permiten identificar la obra adquirida como boceto, con significativas variantes, del original perdido.
Éste era un cuadro relevante en el conjunto de la producción de Aparicio, que trabajó en él en Roma durante varios años. Terminado en 1813, Aparicio lo expuso al año siguiente en la Iglesia de Santa Maria della Rotonda en el Panteón con éxito, pues obtuvo la nominación de Académico de San Lucas. Lo ofreció después a Fernando VII, que lo aceptó. En 1815 lo llevó seguramente a España, donde pasó a las Colecciones Reales y fue expuesto en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En ese mismo año, el artista añadió la figura de un fraile trinitario calzado, orden que también participó en el rescate junto a los trinitarios descalzos y a los mercedarios. Pasó luego al Museo Real de Pinturas y se trasladó a finales del siglo al Museo de Arte Moderno, en cuyos catálogos de 1899 y 1900 se consignaba, desapareciendo después. El cuadro recordaba el rescate, en 1768, de un amplio número de cautivos en Argel, por orden de Carlos III. Con la representación de aquel hecho, ocurrido casi medio siglo antes, Aparicio servía a la restauración de la monarquía borbónica, a la que había sido fiel hasta el extremo de haber sufrido cautiverio, como otros pintores españoles, en Roma, por haberse negado a jurar fidelidad a José Bonaparte, y también defendía el prestigio del estamento religioso, en contra de la conducta observada por Napoleón en Roma.
El boceto muestra, perfectamente conseguido en tonalidad ocre y gris casi monocroma, el efecto general de las masas de figuras en la composición, acentuando su franja central mediante la iluminación que viene de la izquierda, por donde penetran a la mazmorra los frailes, uno de los cuales entrega el rescate. En el grupo de cautivos de la derecha, la condición de las figuras, una madre que da el pecho a su hijo y un anciano sostenido por dos jóvenes, acentúa el dramatismo de la escena. La emoción que suscita la redención se plasma sobre todo en el sentido de avance del grupo central, que se resuelve con un sentido triunfal en la figura del joven situado más hacia el centro. Su actitud (que Aparicio modificó, haciéndola más sosegada, en el cuadro definitivo) evoca la del Laocoonte, cuyo brazo derecho se había restaurado según una composición similar, diferente a la que hoy tiene. Esta inspiración en la Antigüedad clásica, que el pintor estudió directamente durante su amplia estancia en Roma, en obras como Sócrates enseñando (Musée Goya, Castres), con cuya cabeza guarda relación la del anciano, aparece también en alguna medida en otros desnudos de esta obra. Los situados en primer término, en penumbra, tratados como si fueran relieves, acentúan el dramatismo de la escena por su actitud de abandono, en contraste con la agitación de la multitud del último término, tras las rejas. En él la figura que mira de frente, revela la inspiración de Aparicio en la pintura neoclásica francesa. Su mirada fija aparece también en algunas figuras masculinas de El hambre en Madrid (P03924) y es representativa de la desesperación, evocando, como se ha comentado desde 1814, el personaje de Ugolino de la Divina Comedia.
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