Rubens debió de pintar el retrato de la viuda de Enrique IV de Francia durante sus viajes a París en el invierno de 1622 para realizar un ciclo pictórico en el Palacio de Luxemburgo. El fondo del cuadro, apenas bosquejado, indica que la imagen no fue finalizada, pero el artista captó magníficamente el poder político que aún mantenía la reina madre, ataviada con traje de viuda.La obra permaneció en poder de Rubens hasta su muerte, y se documenta después en poder del gobernador español de los Países Bajos meridionales, el cardenal-infante don Fernando, quien la envió a su hermano, el rey Felipe IV.