Tres mujeres, dos jóvenes y una de mediana edad, han ido a llenar sus cántaros a una fuente. La muchacha del primer término y la más madura miran de frente al espectador, con una sonrisa atenta y descarada, de complicidad, como el muchacho acompañante. Las jóvenes sostienen los cántaros en difícil equilibrio sobre su cabeza, símbolo tradicional de la virtud femenina. Goya pinta los cántaros tapados y destapados, y una de las jóvenes, la de perfil, escucha las palabras que la mujer madura le susurra al oído. Se trata de una alusión al tema de la celestina que será repetidamente tratado por Goya en su obra.
El cuadro es un cartón para uno de los tapices del despacho de Carlos IV en El Escorial. Muestra un argumento campestre, según lo solicitado por el Monarca, pero como es costumbre en el pintor, tras esta apariencia realista subyace una lectura social. La obra también hace referencias al tema del dominio de la mujer sobre el hombre, una de las obsesiones que Goya vuelca en muchas de sus pinturas.