La obra es un ejemplo del gusto barroco por la representación de rarezas de la Naturaleza y la atracción por personas con algún tipo de anomalía psíquica o física, en esta ocasión a través de la representación de una niña de tamaño desmesurado, probablemente a causa de una enfermedad hormonal. Eugenia Martínez fue llevada a la corte en 1680 siendo allí retratada por Juan Carreño por orden directa del rey Carlos II.
El pintor la representó vestida, pero también desnuda en un cuadro pareja de éste (P2800). En el presente retrato se subraya la exhibición de la deformidad a través del magnífico vestido encarnado floreado que cae marcando el grueso tamaño del cuerpo de la niña, y cuyo color hacía mucho más explícito el desnudo del cuadro compañero. La colocación del personaje sobre un fondo neutro sigue la tradición del retrato cortesano español.
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