Tras su restauración, esta obra ha recuperado el aspecto híbrido que tenía en el palacio de Cristina de Suecia y que mantuvo durante su estancia en San Ildefonso. Sabemos que en Roma ocupaba el centro de una sala y que la figura dirigía su mirada hacia un sol pintado en el techo, aludiendo al mito de la ninfa Clitia. Ésta, enamorada del Sol y celosa de Leucóte, logró la muerte de su rival, pero fue duramente castigada por ello: el dios-astro desdeñó sus súplicas, y ella, que seguía con la vista su curso celeste, acabó convertida en heliotropo (Heliotropum Europaeum), una planta que se mueve como el girasol.
La parte antigua de la escultura -vientre, vestimenta y parte superior de las piernas- imita un prototipo tardohelenístico, sin duda una Ninfa destinada a adornar un jardín o una fuente. Estatuas de esta iconografía y con formas semejantes, donde se juega con la posibilidad de diversos puntos de vista, aparecen vinculadas a menudo con talleres clasicistas de Rodas y la costa de Jonia. El fragmento de nuestro museo, aislado por Valeriano Salvatierra hacia 1830, tiene una calidad indudable, que asombró sobre todo a los estudiosos del siglo XIX: "Quandt y D.V. Carderera lo describen con gran elogio, considerándole como uno de los mejores trozos de escultura de la Galería", dice Eduardo Barrón en su catálogo de 1908.
En cuanto a las partes modernas, Giulio Catari demostró claramente al realizarlas su condición de discípulo de G.L. Bernini: tomó como modelo Apolo y Dafne de su maestro y lo siguió de forma tan fiel que llegó a confundir a muchos espectadores: no son raros los inventarios que, como el realizado a la muerte de Carlos III, citan la presente obra como "Una Dafne del tamaño del natural".
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