Cuatro recipientes, uno metálico y tres de barro, de diferentes formas y terminación aparecen alineados sobre una repisa frente a un fondo neutro y acompañados de dos bandejas metálicas sobre las que reposan los cacharros de los extremos.
La composición, extraordinariamente sencilla, otorga a la luz el protagonismo absoluto ya que es ella quien individualiza cada objeto. La ausencia de sombras de unos cacharros en otros indica que el pintor fue realizándolos de uno en uno y en orden, tratando la obra por partes, individualizando cada recipiente, y no como un todo.
Zurbarán pintó muy pocos bodegones y se recrea en este caso en la pura técnica pictórica, en las texturas y el goce estético, sin otorgar a la obra un segundo significado temporal, a diferencia de otras representaciones que suelen incluir flores muertas, relojes, calaveras o alimentos como alusión al paso del tiempo.
Se conserva una versión casi idéntica en el Museo de Arte de Cataluña, que también perteneció a la colección de Francisco de Asís Cambó.
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