Desde una perspectiva frontal, el pintor ha realizado una compleja y convincente composición que semeja dividirse en dos mitades bien conectadas entre sí. En la inferior, ha colocado una repisa de madera, a modo de mesa, sobre la que sitúa varios elementos hábilmente dispuestos. A la izquierda hay un plato metálico, de plata o peltre, en el que reposan y se reflejan seis manzanas rojas. La luz contribuye a destacar el cromatismo diversificado de su piel y la opacidad de su superficie contrastando casi teatralmente con el efecto de transparencia de las uvas que aparecen a su lado. A la derecha y en un plano retrasado, hay una vasija rojiza, que guarda semejanza con piezas conservadas procedentes de México, hechas de barro oloroso que servían para enfriar y perfumar líquidos, siendo de uso habitual en la España del siglo XVII. La mitad superior del cuadro presenta ramas con racimos de uvas de diferentes variedades, que cuelgan de cuerdas a la manera de Sánchez Cotán, así como ciruelas colocadas verticalmente sobre un fondo neutro.La luz dirigida, que entra por el ángulo superior izquierdo, es aún de tradición tenebrista e incide fuertemente en los objetos que están cuidadosamente dibujados, dejando algunas zonas a contraluz para crear diferentes planos en profundidad, estableciendo el tiempo el nexo entre las áreas superior e inferior del lienzo. Sin duda, el pintor debió de conocer naturalezas muertas flamencas, de las que asimiló la técnica minuciosa y la habilidad para reflejar las transparencias de las distintas calidades de las pieles.