Las frutas que aparecen en primer término se proyectan con una inigualable fuerza expresiva en toda la dimensión de su atrayente frescura, al tiempo que se destacan con soberbia plasticidad. La obra, compuesta sobriamente, goza de una ejecución que permite observar el virtuosismo del autor. La disposición de estos espléndidos productos de huerta es ordenada y clara, sin buscar el decorativismo fácil, sino, por el contrario, inclinándose al protagonismo de lo concreto, realzado por el fino contraste de luces y sombras. Meléndez, amigo de los fondos neutros, introduce en último término un sumario paisaje, lo que presta a la pieza rara originalidad.