A pesar del interés puesto por Meléndez en las realidades próximas y cotidianas, tanto en la manera de disponer los objetos -situados en el plano más próximo a quien contempla la obra buscando casi el contacto con el espectador-, como en el gusto por crear un repertorio de comestibles y utensilios de rango usual, hay veces que en las que algún objeto escapa de su aspecto popular y tiende a personificar elementos más distinguidos y decorativos que los de la mera cocina cotidiana. Éste es el caso del presente lienzo en el que enalteciendo el primer término se aprecia una elegante salvilla de plata que sirve de pedestal a un vaso de cristal plomo, seguramente de la Real Fábrica de Cristales de La Granja, cuya superficie refleja la luz con calculados destellos.
Desde el punto de vista técnico, la pintura es una suma de virtuosas habilidades a fin de lograr una elevada riqueza de pormenores y una compensación de volúmenes; además el uso de un claroscuro adecuado, que resalta las diferentes partes del cuadro, contribuye a crear la sensación de verosimilitud.
Destacan en esta obra la gracia y la ligereza de la peculiar estructura, distinta de las realizaciones de la década precedente; el juego de líneas contrapuestas y la facilidad de su disposición sugieren un dinamismo infrecuente en la producción de Meléndez, tanto que estos recursos semejan pertenecer a una motivación estética distinta, algo más alegre y desenfadada.