El episodio evangélico se divide en dos zonas horizontales superpuestas, unidas por la paloma, símbolo del Espíritu Santo. En el plano terrenal Cristo, desnudo, con el paño de pureza, está enmarcado por un manto rojo, color litúrgico del sacrificio y del martirio. A la derecha San Juan Bautista, vestido con piel de camello, y próximo a él, un hacha sobre un tronco, alusión a un sermón del Bautista: “ya está puesta el hacha en la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mateo 3:10) aparece representado con un hacha apoyada en la vegetación, según una iconografía ampliamente difundida.
En el plano celestial, el Padre Eterno, a modo de Pantocrátor de origen bizantino, junto a toda la jerarquía angelical, sacraliza el acontecimiento. El Greco utiliza su lenguaje habitual, de formas estilizadas y pincelada deshecha, con el que consigue la expresión de una intensa espiritualidad.
Fue pintada para el retablo mayor de la Iglesia del Colegio de Agustinas de doña María de Aragón en Madrid, junto a otras obras del Museo.
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