Composición abigarrada y complicada, que refleja el Toledo del siglo XVIII, no el de Alfonso VI, con la referencia del Puente de Alcántara y al fondo, en lo alto, el Alcázar. El escultor ha encontrado bastantes dificultades en las proporciones de las figuras y los caballos, así como en el modelado, algo duro y poco efectista, especialmente de rostros y vestimentas. Es uno de los treinta y dos relieves (cuatro de ellos sin acabar) destinados a la decoración de los pasillos del Palacio Real, proyectada por Fernando VI e iniciada en 1753. Fue interrumpido el proyecto por Carlos III en 1761, por considerar los relieves excesivamente aparatosos. Al Museo del Prado llegaron, en el siglo XIX, treinta y una de estas obras, nueve de ellas con escenas bélicas, siete con alegorías, siete con escenas religiosas y seis con consejos, además de dos representaciones de concilios, de las que una pudo ser diseñada para completar el conjunto de las asambleas políticas.
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