En pie, caminando hacia la derecha, la santa viste traje de dama propio del siglo XVII, portando sobre la falda unas rosas. Aluden al hecho milagroso de la conversión en rosas de las monedas del tesoro real, que ella repartía a escondidas entre los menesterosos. Una historia similar se cuenta de Santa Casilda, con quien a veces se ha identificado este cuadro.
Es una de las efigies más elegantes de Zurbarán. Sus ricos vestidos ofrecen al pintor una magnífica oportunidad para demostrar su extraordinaria capacidad para la reproducción de texturas. Demuestra el dominio técnico alcanzado en un prototipo muy extendido en su obra, como es la representación de figuras recortadas sobre un fondo oscuro que miran de frente al espectador. En algunos casos se trata de “retratos a lo divino”, es decir, retratos de personas vivas representadas con los atributos del santo de su nombre, en este caso de la reina Isabel de Portugal.
Se desconoce el origen de la pintura, documentada por primera vez en 1814 en el Palacio Real.