La imagen tradicional de San Pedro arrepentido, llorando al evocar el sufrimiento de Cristo y su cobardía al negarle por tres veces, se define en el ambiente de la Contrarreforma como representación directísima d ela penitencia sacramental. Aquí, el Santo -con sus atributos tradicionales, las llaves y el libro de las epístolas- aparece en oración ante una representación de Cristo que no es el Jesús a la columno que suele acompañarle, sino la singular representación madrileña del Cristo de los Dolores que obtuvo enorme difución devota a partir de 1635, cuando el escultor Domingo Rioja la labró, siguiendo indicaciones de una beata, para el Convento de Serradilla (Cáceres), haciéndose de inmediato muchas copias e imitaciones. La imagen muestra a Cristo en pie abrazado a la Cruz, pero no triunfante como en la conocida imagen de Miguel Ángel en Santa María sopra Minerva, sino doliente, sangrante por la herida del costado, manos y pies, y hollando con su pie izquierdo una calavera que lleva enroscada la serpiente infernal que muerde la manzana venciendo, con su sufrimiento, la muerte y el pecado.