María Magdalena, de rodillas y ricamente vestida a la moda del siglo XVI, reconoce a Cristo resucitado en la figura de un hortelano. La escena muestra la primera aparición de Cristo tras su muerte, narrada en el Nuevo Testamento (Juan 20, 11-18). Magdalena, acaba de reconocer a su Maestro que, situado junto a unos aperos de labranza, señala al cielo indicándole “No me toques (Noli me tangere), que todavía no he subido al Padre”.
El detallismo con que la obra está pintada delata el destino del encargo, la capilla de la familia Ercolani en Bolonia, uno de los pocos encargos privados realizados por Correggio tras regresar a Parma en 1520 después de su estancia de formación en Roma.
La composición es de un equilibrio extraordinario, en el que se contrarrestan la inestabilidad de la figura de la Magdalena con la serenidad de Cristo frente a un paisaje iluminado por la luz del amanecer.
Esta obra fue regalada por el príncipe Ludovisi a Felipe IV (1605-1665), quien destinó la obra al Monasterio de El Escorial.