Tras morir su padre en las Galias, San Ambrosio volvió con su madre y sus hermanos a Roma, donde creció y se educó. El cónsul Probo fue quien hizo al santo su consejero y le nombró gobernador de las provincias de Liguria y Emilia, con sede en Milán, en el año 370.
El nombramiento de San Ambrosio como gobernador, que no tiene más significación religiosa que la de construir un prefiguración de su consagración como arzobispo y cuya presencia en esta serie pudo deberse al deseo de establecer un paralelismo -o mejor, una identidad- entre las virtudes que debían presidir tanto el buen gobierno civil como el eclesiástico, no había sido representado anteriormente, por lo que Valdés carecía de precedentes en los que apoyarse. Debido al formato marcadamente vertical de los lienzos optó, tanto en este caso como en otros, por representar la escena en la mitad inferior y llenar la superior con una descripción del escenario arquitectónico, que sirve para dotar de solemnidad a la representación.
El cónsul Probo aparece a la izquierda, sentado en un trono con dosel, llevando una corona dorada (lo que explica que a veces haya sido confundido con el propio emperador Valentiniano) y vistiendo una capa carmesí con revestimiento de armiño, y Ambrosio, vistiendo también ropajes seglares, se arrodilla ante él para recibir el bastón de mando representativo de la autoridad de su nuevo cargo. Situada en el centro de la escena, en el cruce de dos diagonales, y con la cabeza enmarcada por la reja del fondo, su figura resalta vívidamente y atrae la atención gracias a los fuertes contrastes lumínicos y cromáticos de que se vale el pintor. Alrededor de Probo y Ambrosio aparece un grupo de cortesanos que asisten al evento que cumplen, por una parte, una función constructiva, ya que sirven para introducirnos en la escena y fijar la profundidad espacial al tiempo que equilibran la composición, marcando dos masas verticales oscuras a los lados que encuadran la figura de San Ambrosio, que resalta gracias a su aislamiento y a sus brillantes vestiduras blancas brillantemente ilumindas. Y, por otra, ambos constituyen sendas llamadas de atención hacia la significación del evento. El de la izquierda, sentado, es el único que mira hacia el santo. El de la derecha señala con la mano izquierda hacia Ambrosio y vuelve la cabeza hacia el resto de los asistentes, como si reclamara su atención. La actitud de estos últimos ha sido calificada alguna vez de distraída, pero no lo es; más bien parecen estar discutiendo y asimilando la significación de las palabras de Probo al santo. Su aire calmo y reconcentrado, de meditación en unos casos y en algún otro casi de adoración, confiere un carácter prácticamente religioso a la ceremonia política.
Por otro lado ni las vestimentas de los personajes, de aspecto vagamente renacentista, ni el escenario, de carácter barroco, son convincentemente romanos, como es habitual en Valdés Leal, que nunca se preocupó de dotar a sus obras de propiedad arqueológica. Aquí sólo el aspecto macizo y pesado de la arquitectura y la aparición de sendos relieves con bustos de emperadores romanos coronados de laurel remiten a la Antigüedad. En cuanto al mono tallado que aparece sosteniendo el trono de Probo ha sido interpretado por Kinkead (1982) no como una alusión directa a la estupidez, si no a la malicia, de la autoridad secular, constituyendo de ese modo un augurio de los acontecimientos que habría de vivir en el futuro Ambrosio.
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