El desnudo infantil fue un tema muy recurrente en la etapa final del pintor, y en él demuestra Fortuny su maestría a la hora de captar el desnudo y la incidencia de la luz sobre diversas superficies, como el cuerpo humano o la arena de la playa, sugiriendo el ambiente sosegado y placentero de un cuerpo abandonado al calor y la energía del sol.
Este cuadro ingresó en el Museo del Prado como parte del legado de Ramón Errazu.