Esta obra representa un inmejorable ejemplo de la capacidad del autor para crear un tipo de retrato íntimo, alejado de aquel de aparato que cultivó al mismo tiempo y que tanto éxito le grangeó. El sutil estudio de la luz, que incide diagonalmente sobre la parte izquierda del rostro de la retratada, sobre la punta de sus dedos y sobre la esquina de la partitura que sostiene, la cual atraviesa tamizada, haciéndola translúcida, contribuye a reflejar con delicadeza el espíritu de la dama. Esta no es otra que Sofía Vela y Querol, célebre cantante, pianista y compositora, contralto de la Real Cámara y amiga del pintor, quien le regalaría este retrato.Las facciones ovaladas de la retratada, acentuadas por el peinado y su expresión contenida, muestran el ideal armónico del artista, cuyo estudio de la pintura del Renacimiento y de los maestros clasicistas italianos del siglo XVII se refleja aquí, llegándose a sugerir un recuerdo a Leonardo da Vinci mediante la levedad de la sonrisa femenina.
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