El catalán Lluís Rigalt fue uno de los más destacados representantes del paisajismo español del siglo XIX y su producción pictórica abarcó prácticamente toda la centuria, evidenciándose en ella su paulatina evolución, desde los postulados más tardo románticos hasta llegar a un naturalismo de carácter realista. Junto a esta faceta artística, el pintor cultivó también a lo largo de su vida otra, no menos interesante, al servicio de la decoración y de la puesta en escena de obras de ópera o teatro. En esta acuerela, Rigalt plasma un decorado basado en la naturaleza, transformado igualmente con la idea de sugerir una ambientación espacial al servicio de la representación escénica. En este caso, se trata de un paisaje montañoso protagonizado por unos riscos que conforman un caprichoso puente que enmarca y descubre al fondo la presencia de una cascada de agua. De la misma manera que en otros diseños para decorados, la composición la centra una arquitectura ficticia diseñada en este caso por la propia naturaleza, conformada o deformada, igualmente, a través del tiempo. La composición, un tanto artificiosa, subraya elementos estereotipados ya aplicados en la escenografía romántica que de ninguna manera podían faltar en un paisaje: agua, árboles, rocas y por supuesto la presencia amenazante de moles montañosas que en la lejanía y a través de la neblina subrayan la inmensidad inaprensible de la Naturaleza con mayúscula. De alguna manera, la serenidad que emana del paisaje del primer plano, descrito con tonalidades calientes rojizas y terrosas, se vuelve inquietante en los inhóspitos fondos grises y fríos.
El empleo exclusivo de la acuarela, sin dibujo subyacente, subraya la calidad pictórica del paisaje, resuelto con amplias y largas pinceladas que escasamente descubren la base acuosa. Para elementos como los árboles o las piedras del camino, Rigalt hace uso de pinceles muy finos, descubriendo la minuciosidad y el detallismo tan reconocido de sus dibujos o de sus obras al óleo.
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