Rubens aborda la leyenda del santo que salvó a una princesa de un dragón como una violenta explosión de energía concentrada en el jinete que se abalanza sobre la fiera. La exaltación del movimiento tiene su momento crucial en el caballo, representado de manera grandilocuente por el artista, pues estos animales son uno de los asuntos que más parecen entusiarmarle. La obra fue realizada en Italia, y en la figura de la princesa se aprecia el impacto que la escultura clásica supuso para Rubens, y en el caballo, la influencia de Leonardo da Vinci. El cuadro fue adquirido por el rey Felipe IV a los herederos de Rubens tras la muerte del pintor en 1640.
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