Esta obra es ejemplo del prototipo de retrato burgués de aparato que la alta sociedad española demandaba al pintor por su virtuosismo en plasmar en el lienzo, además del obligado parecido, las calidades de las telas y los adornos con que deseaban inmortalizarse las grandes damas de la época.
La iluminación, suave, destacada especialmente en el blanco del vestido y las calidades del rostro y manos de la retratada, muestran el dominio técnico que acompañó siempre a Federico Madrazo y Kuntz.
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