Considerado como uno de los mejores ejemplos del arte de Francisco Domingo como retratista, esta obra muestra un “zapatero de viejo”, figura extraordinariamente popular en los antiguos barrios de las grandes ciudades, sobre fondo neutro.
La pincelada, muy suelta y aplicada en toques breves y yuxtapuestos, resalta la intensa expresión del personaje, consiguiendo destacar su rostro y cuello a pesar de la reducida gama de colores empleada. Esta técnica fue conscientemente copiada por Domingo de sus dos referencias artísticas más importantes, Francisco de Goya y Mariano Fortuny.
Esta obra forma parte del legado de Isidoro Fernández Flórez, destinado en 1902 al desaparecido Museo de Arte Moderno.