Pieza cerámica de formato cuadrangular que recoge en la mitad superior una forma poligonal de color blanco y azul, en cuyo interior lleva decoración punteada azul, miel y morado. En la parte de abajo muestra una cenefa compuesta por ova central blanca enmarcada por dos volutas, del mismo color, separadas por una perla naranja, y a ambos lados especie de medios capullos de colores blanco y naranja. Todo ello enmarcado por dos lineas blancas y una azul.
Con la llegada de la Edad Moderna (...) la cerámica polícroma triunfa y con ella la denominada técnica del gran fuego o de los cinco colores. Se trata de producciones esmaltadas que exigen la utilización de óxidos metálicos que pueden soportar altas temperaturas, por lo que la paleta queda limitada a cinco colores: el azul (cobalto), el negro (manganeso), el amarillo (antimonio), el naranja (óxido de hierro) y el verde (óxido de cobre) (Cit CABRERA BONET et alii, 2002, pag. 25), como es el caso de este azulejo perteneciente a la colección del Museo del Greco.
María Luisa Menéndez Robles, en su obra titulada Azulejos pintados toledanos: colección de la Casa y Museo de El Greco, hace un estudio de esta colección de la que indica se trata de azulejos pintados polícromos (...) en su mayoría piezas cuadradas de 13x13cm con un grosor entre 1,5 y 2cm. Los temas que predominan son los vegetales, florales sobre todo, a menudo fuertemente geometrizados, sin faltar los figurativos tanto zoomorfos como antropomorfos, quedando conformado así un conjunto muy representativo de la azulejería toledana. Buen número de los ejemplares inventariados ocupaban una posición secundaria en el panel que enmarcaban, sirviendo de cenefa o remate (MENÉNDEZ ROBLES, 1991, pag.18).
En relación a esta pieza, se podría decir que sería de las utilizadas para enmarcar o como cenefa, prestándose este modelo, según la autora, a una mayor diversidad temática. Se trata, además, de un estilo desornamentado que evidencia la búsqueda de un efecto arquitectónico de raíz herreriana, que imita mármoles mediante un jaspeado polícromo también presente en el interior de las tarjetas de la serie de ferroneríes y que cree debe relacionarse con la loza jaspeada y esponjada, elaborada por el sevillano Jerónimo Montero para el monasterio escurialense en el último cuarto del siglo XVI (MENÉNDEZ ROBLES, 1991, pag.24).
De forma común a este tipo de cerámica se le ha denominado con el nombre de talavera por haber sido fabricada en dicha ciudad, pero en opinión de Aguado Villalba hay que plantearse hasta que punto no fueron realizadas las piezas también en Toledo, puesto que en esta ciudad durante el siglo XVII existían alfareros que las imitaron, al estar muy de moda y ser las preferidas por la gente rica. A esto añade que en el siglo XVIII hay pintores de loza sevillanos, que se otorgan a sí mismos en los documentos como pintores de la loza de Talavera en los alfares trianeros. Por lo visto, era económicamente muy rentable esta fabricación tan de moda en la corte de los Austrias. Una de las pistas que podría aclarar la procedencia de las piezas es la tonalidad del barro empleado en su elaboración; el de Talavera, procedente de Calera, presenta una coloración pálida/rosada y por el contrario el de Toledo (AGUADO VILLALBA, 2005, pag.19) compuesto por varias arcillas procedentes de los alrededores de la ciudad, puede presentar una tonalidad rojiza o siena amarillento en función de la mezcla de éstas, una vez cocidas. También indica que debido a que no siempre pueden verse los reversos o las bases de las piezas no se puede determinar el color y por tanto la procedencia de la pieza, además no sólo en Toledo y en Sevilla se imitaba lo talaverano (AGUADO VILLALBA, 2005, pag. 21).
En 1952, el (...) arqueólogo Luís María Llubiá encontró en Puente del Arzobispo fragmentos de la mayoría de las series talaveranas, y recientemente, la especialista en cerámica, Martínez Caviró, constató personalmente en Puente del Arzobispo gran cantidad de fragmentos de las series talaveranas (AGUADO VILLALBA, 2005, pag. 21).
Parece, por tanto, que pretender aislar las producciones salidas de los talleres toledanos de las procedentes de alfares talaveranos queriendo identificar elementos que personalicen a cada una de ellas, no responde a la realidad histórico-artística que nos muestra la documentación. Talavera es el motor que impulsa la formación técnica y artística de los artífices de azulejos planos de tipo talaverano, forjándose allí una interpretación artística de los temas abordados, específica de estas producciones. Una vez aprendido el oficio, muchos de ellos trasladarán su taller a la ciudad de Toledo donde siguen trabajando al modo talaverano, de ahí que la radicación del alfar carezca de la importancia artística que se le ha querido dar (MENÉNDEZ ROBLES, 1991, pag. 14).