De muy intensa mirada y aire un tanto enfermizo, constituye, para Camón Aznar, "un magnífico testimonio psicológico". Considera que puede fecharse hacia 1790. Morales y Marín lo sitúa "hacia 1789". No existen datos ni prueba alguna que corrobore la identificación, al parecer tradicional, aceptada sin crítica por quienes se han ocupado del pintor, considerándolo "el único documento que poseemos para conocer su semblante". El retrato es, efectivamente, enérgico y da excelente idea de las condiciones de retratista de quien lo pintase. Si efectivamente es Ramón Bayeu se confirmarían las sospechas de Sánchez Cantón, que al publicar una carta de Francisco Bayeu de 1790, aludiendo a retratos del Rey y de la Reina hechos por "mi hermano", que gustaron mucho a los soberanos, sospechaba que quizás pudiese un día descubrir en Ramón a un "retratista ignorado, muy capaz, a juzgar por sus demás obras". El Catálogo de Lacoste de 1913 lo consideraba, sin embargo, obra de Francisco, lo que desde luego no parece posible a la vista de los autorretratos conocidos y seguros de éste, así como los soberbios retratos que Goya le pintó a su cuñado. Gaya Nuño lo consideraba de Ramón, calificándolo de "suelto y familiar, admirablemente falto de empacho".