En la escena dos ángeles turiferarios, arrodillados a ambos lados de un pebetero, proceden a sahumar el Arca de la Alianza. Esta aparece depositada sobre un altar elevado sobre tres gradas, flanqueada por dos columnas salomónicas y rodeada en la parte superior de ángeles que la sobrevuelan en pronunciados escorzos. Esta disposición sigue en lo sustancial los relatos bíblicos que describen la zona de tabernáculo del Templo de Jerusalén mandado construir por Salomón. En ellos se hace especial hincapié en las medidas exactas de los espacios y sus elementos decorativos, sobre todo en los querubines que adornaban la tapa del arca: sus más reconocidos atributos junto con el recubrimiento dorado de toda la caja. Incluso las dos columnas de fuste helicoidal evocan las dos piezas broncíneas que se colocaron ante el vestíbulo del santuario: Yakhín y Bóaz. Así pues, estamos ante una iconografía inequívocamente veterotestamentaria, traducida al lenguaje barroco imperante en la corte madrileña de mediados del siglo XVII.
Por su técnica resuelta y efectista, con un manejo certero de la aguada para crear sombras y volúmenes, debe corresponder a la plena madurez del artista, a finales de la década de 1650 y los albores del decenio siguiente. Asimismo resultan muy característicos los tipos humanos, de anatomías macizas y corpóreas, de miembros redondeados, que contrastan con los quebrados ropajes. Muy personal es asimismo la forma de trazar las manos, con dedos muy alargados e incurvados en el extremo. Así como el perfil picudo de la nariz o el variado repertorio de posturas escorzadas en nerviosos movimientos. El dibujo debió de permanecer en el taller de Herrera Barnuevo o ser luego utilizado en otro obrador, pues presenta pequeños esbozos en el dorso de desigual calidad. De ellos, el brevísimo apunte arquitectónico tal vez sea la sugerencia de un esquema de retablo, pues aparece rematado en un arco rebajado, al igual que la escena bíblica.
Etiquetas: