Las primeras esculturas exentas de niños eran ofrendas votivas que, a partir del siglo IV a.C., los ciudadanos atenienses consagraron en los santuarios áticos. Durante la época romana, el retrato infantil fue integrado en el programa retratístico de la casa imperial. A partir de los retratos de los nietos de Augusto, Gayo y Lucio César, algunos de los posibles sucesores el trono imperial como Calígula y Nerón, eran retratados ya durante su niñez. Ciertamente, la cabeza del Prado, una obra realizada sin gran esmero entre 100 y 110 d,C, no representa a un príncipe, sino a un muchacho romano desconocido. El joven del Prado ha sido asimilado a Apolo mediante una corona de laureles. Hacia finales del siglo I d.C., en Roma se había implantado la costumbre de acrecentar el propio prestigio social mediante tumbas lujosamente decoradas, en especial entre las familias de los nuevos ricos de la época, los libertos. Este nuevo grupo social adoptó, con un lenguaje metafórico, una forma de representación que era empleada hasta entonces únicamente en el culto al soberano y que se basaba en la asimilación de la figura humana a la de un héroe o un dios. Así como Nerón había mandado erigir una estatua colosal de Apolo-Helios con sus propios rasgos faciales al lado del lugar que más tarde ocuparía el Coliseo, tan sólo dos generaciones más tarde llegaría a ser casi una moda representar a los parientes difuntos con atributos divinos.