Sentada en un banco de piedra, junto a un paisaje que se pierde en la lejanía, la niña sostiene en su regazo varias rosas sobre un pañuelo. En el suelo reposa su sombrero, mientras su mirada descansa ensimismada fuera del lienzo. Destaca la pálida tez de la niña y sus grandes ojos negros.
El pintor logra captar la fragilidad y menudencia de la jovencita así como su expresión, reflejo de su estado de ánimo entre melancólico y risueño. La factura minuciosa y detallada con que aborda el cuadro es visible en los pormenores del sombrero o el vestido.
El cuadro es uno de los mejores ejemplos de la calidad de Tejeo en la realización de retratos, aunque el paisaje del fondo recuerda sus trabajos en otros géneros pictóricos, destacando la perfecta ejecución de las transparencias, juegos de luces y sombras en las ramas y gradaciones de los celajes.