Cuatro muchachos juegan en un exterior con sus peonzas, a las que hacen girar e intentan recoger con la mano sin que dejen de bailar.
La escena infantil, captada con evidente ternura por parte del pintor, le sirve para aludir a ciertas capacidades físicas, como la destreza y habilidad, que según la nueva mentalidad de la Ilustración también formaban parte de la educación de los jóvenes.
Es parte de un conjunto de escenas educativas infantiles que, diseñadas por Castillo, fueron cartones para los tapices de las sobrepuertas del tocador de la princesa de Asturias en el Palacio de El Pardo.