Ante un fondo de oro, la Virgen, de más de medio cuerpo, sostiene al Niño, mientras dos ángeles la coronan como Reina de los Cielos.
Los cardos con los que juega el Niño, son una evidente alusión a la Corona de espinas y a la Pasión de Cristo. El rostro pensativo de la Virgen, mirando a su hijo y presintiendo su destino, dota a la pintura de un aire melancólico.
El fondo de oro, poco común en David, más habituado al paisaje, contribuye a destacar a María, que parece derivar de modelos del alemán Alberto Durero.
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