El Padre Eterno, tocado con mitra oriental, recoge en su regazo el cuerpo de Cristo. Sobre su cabeza aparece la paloma del Espíritu Santo, mientras seis ángeles mancebos rodean la escena. A los pies de Jesús y bajo el manto de Dios Padre, aparecen varias cabezas de querubines.
Basada en un grabado de Alberto Durero, es uno de los primeros encargos de El Greco en Toledo. El artista armoniza los conceptos de dibujo y color desarrollados respectivamente en el foco romano y veneciano. En los diferentes colores de los mantos destaca la contrastada gama de su paleta, que entronca con la de Tintoretto. También se pueden apreciar ecos de la obra de Miguel Ángel en la vigorosa anatomía de Jesús.
La obra fue pintada para el ático del retablo del altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, por encargo de Diego de Castilla, deán de Toledo y albacea de doña María de Silva, enterrada en el convento. Fue adquirida en 1832 por Fernando VII al escultor Valeriano Salvatierra.
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