La Iglesia
La Libertad
Identificado tradicionalmente su argumento como La República guiando a España por el camino del Progreso, una detenida lectura de sus claves alegóricas parecen indicar una interpretación iconográfica más genérica. En efecto, aunque entre la producción pictórica conocida de Lucas se encuentran algunas interesantísimas alegorías que parecen cuestionar la institución monárquica, fundamentalmente en torno a los sucesos de la revolución de 1854, el presente lienzo parece representar, en realidad, una alegoría de La libertad guiando a la Iglesia, aunque sin duda referida específicamente al lado más oscurantista y opresor del papel de desempeñado por la Iglesia a lo largo de la Historia de España. Así, no parece haber duda sobre la matrona que encarna a la Libertad en la mujer coronada de laurel, envuelta en un manto y enarbolando un gorro frigio en lo alto de su lanza. Sin embargo, la mujer de cabellos rubios que camina junto a ella y guía sus pasos, ataviada con una túnica blanca y manto azul, portando en su regazo diversos instrumentos litúrgicos, como un crucifijo y una custodia de sol, responde a la representación más tradicional de la Iglesia Católica, a la que la Libertad rescata de la tenebrosa oscuridad por la que ha caminado durante siglos, dejando a sus espaldas los episodios más críticos de su historia, jalonada de episodios de condenas y torturas, hacia los que vuelven el rostro. De ello da fé el anciano que aparece sentado a los pies de la Libertad sosteniendo un libro entre sus manos, encarnación clásica de la Historia, vislumbrándose en el oscuro horizonte la silueta de la imponente cúpula de una basílica, seguramente la de San Pedro del Vaticano. Sobrevuelan las cabezas de las matronas un bullicioso grupo de fantásticas figuras que encaran los distintos vicios de la iglesia y portan diversos atributos clericales como una tiara papal y una cruz patriarcal de los que parecen mofarse. Entre ellas emerge un misterioso rostro, de apariencia extraña y textura distinta al resto del cuadro que, como se ha venido señalando tradicionalmente, parece en efecto un autorretrato de Lucas, quien, seguramente como guiño al amigo destinatario del lienzo, querría colocarse entre el grupo de los pecadores; recurso tomado una vez más de Goya, que incluye su retrato de forma semejante en El sueño de la razón produce monstruos.
Es una de las escenas alegóricas de Lucas en las que las figuras principales tienen por su tamaño y presencia más claro protagonismo, destacadas del resto y resueltas con la mejor técnica del artista y sus modelos humanos más característicos, creando, a partir de la combinación de prototipos iconográficos pertenecientes al mundo goyesco y esquemas alegóricos de la más pura ortodoxia clásica, un lenguaje plástico enteramente personal, presente en las numerosas composiciones alegóricas pintadas por este artista a lo largo de su carrera.
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