La obra se compone de tres partes bien diferenciadas: un espacio central con las figuras de Minerva y Mercurio, una amplia gurinalda de flores, que circunda la escena anterior y un pedestal acompañado por otra forma pétrea con bajorrelieves. El conjunto decorativo conseguido resulta de la máxima efectividad y al conjugar elementos tan dispares de una manera armónica y verosímil, denota la maestría del autor que aparenta haber alcanzado en esta creación una de sus piezas más acabadas y ambiciosas por lo que tiene de calculado alarde formulador de una estrecha relación entre realidad y apariencia.
Se observa cómo el pintor ha buscado la complejidad compositiva al combinar los pormenores enunciados en un todo, en el que evidencia sus conocimientos de mitología, botánica y arquitectura; sus pretensiones de erudición se mezclan con su habilidad de oficio y el resultado es un cuadro bello y cargado de intencionalidad. Tanto por tipología como técnica y dimensiones es pareja de otro propiedad de la Real Academia de San Carlos, existente en el Museo de Bellas Artes de Valencia, por lo que se puede fechar en 1811. Ambas tablas evocan múltiples recuerdos académicos; no en vano Espinós fue director de la Escuela de Flores y Ornatos, unida a la Real Academia, desde 1784 hasta su jubilación en 1815. Tanto por su aprendizaje como por las enseñanazas que impartió, siempre fue un autor sumamente consagrado, en plena dedicación a este género de obras, cuyas resonancias de carácter internacional, particularmente francesas, no dejan de sorprender.
Las figuras de Minerva y Mercurio, reconocibles por los símbolos que las identifican, aparecen sobresaliendo de un plano con marcado relieve, acentuado por la iluminación que destaca a la primera respecto del segundo; la guirnalda, constituida por una soberbia amalgama floral, permite distinguir entre otras especies, magníficas rosas, bolas de nieve, pasionarias, francesillas así como narcisos, tulipanes, alhelíes y pensamientos; por último, las molduras de los mármoles que ejercen de pedestal están bien resueltas, sobresaliendo la piedra del ángulo inferior izquierdo en la que se aprecian motivos evocadores de la decoración de candelieri hecha de roleos, copas florales, una cartela, un busto, un atlante y unos amorcillos, con los que se subraya el interés del pintor por los asuntos extraídos del repertorio de la Antigüedad clásica y del Renacimiento.
Procede de las colecciones Reales. En el Museo del Prado llega en 1819. Más tarde pasó al Museo de Arte Moderno cuando fue creado. De allí al Museo de Jaén por depósito en 1915, estuvo colocado muchos años en el Ayuntamiento de la ciudad siendo reincorporado nuevamente al Prado.