El sobrenombre “el Labrador” lo adquirió Juan Fernández debido a que vivía en el campo, donde se especializó en cuadros que representaban frutos. Su calidad hizo que fueran apreciados en las cortes inglesa y española, y que el nombre del pintor haya sido mencionado con admiración por los primeros historiadores de la pintura española. Entre esos frutos, desarrollo un especial interés por la descripción de racimos de uvas, que construye con una técnica claroscurista, destacándolos sobre un fondo oscuro y utilizando las luces y las sombras para modelar los volúmenes y crear un poderoso efecto de ilusión y de realidad. A través de esa técnica alcanza una gran capacidad individualizadora, que le permite no sólo precisar las distintas variedades a las que pertenecen las uvas, sino también su diferente estado de maduración.