Figuraba en el inventario de los bienes de Goya a la muerte de su mujer, Josefa Bayeu, en 1812, junto a otras once pinturas de este género.
El colorido, rico y cálido, y una cierta insistencia en una técnica minuciosa, que describe con perfección la variedad de la materia, hacen pensar que, igual que el Pavo muerto (P751), se pueda fechar poco después de 1800.