Este dibujo formaba parte de un desmembrado cuaderno de viaje con vistas de distintos lugares de España, desde la frontera con Francia hasta Madrid, en el que quedaron reflejadas ciudades y monumentos que llamaron la atención al anónimo viajero. Incluido en el álbum junto a vistas de significativos edificios de la capital, el dibujo demuestra el interés que el Museo del Prado, apenas abierto diez años antes, despertaba entre los viajeros extranjeros del primer tercio del siglo XIX, constituyendo desde entonces un ineludible destino artístico. Por su temprana fecha -1829-, es de notable interés iconográfico, ya que muestra una de las primeras vistas del Museo. En él aparece reflejado el sentido longitudinal del edificio, haciendo especial hincapié en su inserción en el entorno arbolado del Paseo del Prado, del que se deja constancia en primer plano. También las casetas de vigilancia repartidas a lo largo del Museo llamaron la atención del viajero. Sin embargo es curioso cómo las entradas del Prado han pasado desapercibidas al observador; apenas se intuye la columnata central, al fondo se insinúa la rampa de acceso a la puerta norte, y la entrada sur frente al Botánico queda justamente cortada por la derecha.