Representación del primer martirio de San Sebastián, oficial romano del siglo III al servicio del emperador Diocleciano, que fue asaeteado por sus propios compañeros como castigo por profesar la fe cristiana. Santa Irene le liberó todavía con vida y curó sus heridas. Fue un santo muy popular, pues se le atribuía poder contra la peste.
La composición de la escena demuestra claramente la influencia de la pintura veneciana y flamenca en los pintores barrocos españoles, sobre todo en el rico uso del color y en su empleo como vehículo expresivo.
Esta obra estuvo en el Convento de las monjas de Vallecas, en Madrid.
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