Tras escapar de la ira de su padre, Francisco fue acogido por el obispo Guido de Asís, haciendo ante este prelado renuncia legal de todos sus bienes, llegándose a despojar de su bolsa y sus vestiduras, que dejó a los pies de su progenitor, mientras exclamaba: "Hasta ahora he dado el nombre de padre a Pedro Bernardone, pero habiéndome propuesto servir a Dios, le devuelvo este dinero por el que estaba tan preocupado y estos vestidos que de él he recibido, para poder decir con más razón de hoy en adelante: "Padre nuestro que estás en los cielos", y no ya Pedro Bernardone". Tras oir estas palabras de su hijo, el mercader cogió las ropas y el dinero y se marchó, mientras el obispo cubría la desnudez de Francisco con su propio manto. Zacarías sigue al dictado la narración en su recreación de la escena, que se desarrolla en la estancia del obispo, sobria pero noblemente amueblada, con un escritorio y un sillón sobre una alfombra y ante un gran cortinaje a modo de solio, sujeta por dos acólitos, asistiendo al momento varios personajes conmovidos por la renuncia del santo, ante la impávida frialdad de su padre, a quien dirige el obispo su mirada, recriminatoria y misericorde.