La cabeza -colocada arbitrariamente sobre un busto moderno de un gerrero- retrata a un hombre de mirada severa y de facciones muy definidas, marcadas por la vejez, un rasgo del cual el retratado parece hacer ostentación. A excepción de la barba y de los orificios de los ojos, la cabeza evoca los retratos tardorrepublicanos, como por ejemplo uno del Museo Arqueológico de Florencia. Otros retratos tardorrepublicanos utilizan el mismo lenguaje para caracterizar la vejez, es decir, arrugas en la frente, en los ángulos exteriores de la boca, así como marcadas carúnculas lacrimales, etc. Por otra parte, no se pueden ignorar los rasgos estilísticos propios de una época muy posterior. Así como los orificios de los ojos -que parecen auténticos- no pueden ser anteriores a la segunda mitad del siglo II d. C., las anchas estrías -que recorren irregularmente la frente y la cara- también figuran en un retrato de la Gliptoteca de Múnich que ha sido datado entre 230 y 240. Otra posibilidad de comparación ofrece un retrato, conservado en Oslo y creado hacia 250 d. C, que quiza represente a Trajano Decio. Sobre esta base, el retrato del Prado puede ser datado hacia el segundo cuarto del siglo III d. C.