Pintura de extraordinaria modernidad que se acerca a los postulados del Impresionismo francés con pinceladas rápidas y briosas. La luz, y los reflejos de ésta sobre las diferentes superficies, se convierte en la protagonista de esta obra en la que, como en otros de los paisajes del artista, la Naturaleza prima sobre el hombre y todo lo relacionado con él, transformando las construcciones en un elemento más del poblado bosque.
Esta obra fue donada al desaparecido Museo de Arte Moderno por María Teresa Moret, viuda del pintor en 1922.