Con la adquisición de este lienzo, los fondos del Prado se enriquecen con el que probablemente sea el mejor desnudo femenino del Romanticismo español y una de las obras más exquisitas salidas nunca de los pinceles de su autor. En efecto, en la pintura romántica española es llamativamente escasa la presencia de desnudos femeninos, relegados casi siempre y aún de forma muy escueta a los cuadros de "majas" de cuerpos más o menos voluptuosos, resueltos con una intención castiza y marcadamente erótica. Mucho más raros son aún los desnudos de mujer interpretados a través de una iconografía mitológica, como manifestación de una formación erudita y un poso intelectual del que participaron muy pocos pintores románticos hispanos. Excepción singular de este panorama es la figura de Esquivel, quien a lo largo de toda su carrera mostró un especialísimo interés y complacencia en el desnudo femenino, en el que se prodigó sobre todo a través de sus pinturas de argumento religioso, e incluso en obras profanas con figuras femeninas de carácter manifiestamente sensual. De todos ellos, éste es con mucho el mejor desnudo pintado por el artista sevillano en toda su vida, en la plena madurez de su carrera, debiendo considerarse, por todas estas razones, como una de las obras emblemáticas de la pintura romántica española. Esquivel concibe su composición con una clara intención erudita, al inspirarse directamente para la figura de la diosa en el modelo de la Venus púdica o Venus Medicis de la estatuaria clásica, extraordinariamente difundida durante el siglo XIX como paradigma de perfección y belleza del cuerpo femenino en los ambientes académicos de toda Europa a través de copias y vaciados, uno de los cuales poseía el propio Esquivel en su estudio, como puede verse en su cuadro Los poetas contemporáneos (P04299). Así, aunque modificada ligeramente en su pose, Esquivel sigue al dictado el modelo clásico, tanto en la interpretación de los contornos curvos de su anatomía, de modelado suave y turgente, como en la disposición de las extremidades e incluso el peinado, interpretando el desnudo con una delicadísima sensualidad en las suaves esfumaturas que definen su modelado, especialmente sutiles en el juego de luces de las piernas o el hombro izquierdo, resuelta toda la figura con el refinamiento de su técnica más depurada. Con ello, el artista hace alarde de su dominio de la anatomía humana en tan difícil género, aprendido a partir del estudio y copia de la estatuaria clásica, al transformar el modelo esculpido en una figura de carne y hueso, procurando mantener intactos sus cánones de proporción y belleza ideal.El cuadro resulta mucho más singular teniendo en cuenta el desinterés de los pintores románticos españoles por los argumentos mitológicos que, como venía ocurriendo desde el Renacimiento, es en esta ocasión una mera excusa argumental para justificar la exhibición de la desnudez femenina, y que tan sólo tendría un pálido eco años después en algunos pintores retardatarios de formación académica. La pintura, que ha permanecido oculta e inaccesible hasta ahora en manos privadas, ha sido sin embargo ponderada siempre por la bibliografía especializada como una de las más notables de su autor, y obra antológica en la evolución del desnudo en la pintura española del siglo XIX.
Etiketak: