Esta acuarela muestra la habilidad de Fortuny para captar, con una técnica suelta y sintética, lo esencial del estilo del pintor que admiraba. Omitiendo los efectos espaciales que interesaban a Velázquez y centrándose únicamente en el rostro y la mano, el pintor consigue destacar la expresividad del filósofo-mendigo y la fuerza de su mirada.