Al abandonar Parma en 1524 para instalarse en Roma, Parmigianino llevó consigo esta pintura, que regaló a Clemente VII. Se trata de la primera obra de madurez de Parmigianino, en la que aparece dotado ya de esa grazia que Vasari consideraba el mayor valor estético de la pintura: un don de la naturaleza imposible de aprender donde se aunaban belleza, delicadeza y dulzura. Perteneció a Pompeo Leoni.
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